sábado, 29 de octubre de 2011

Pasolini vive

El 2 de noviembre se cumplen 36 años del asesinato del escritor y director de cine Pier Paolo Pasolini, cuyas circunstancias aún no han sido aclaradas. Décadas después del suceso, su controvertida figura sigue dividiendo y levantando ampollas en la sociedad italiana

SANTI LOMAS | ROMA

La mañana del 2 de noviembre de 1975 Italia se despertó con la noticia de la muerte de Pier Paolo Pasolini en los medios de comunicación. Reacciones de diversas tendencias se levantaron con motivo de su asesinato: mientras dirigentes de la derecha dedicaban a la prensa declaraciones como “se lo merecía”, la izquierda le celebró un multitudinario funeral. Al suceso le siguió un juicio problemático en el que se descuidaron muchos detalles y se miró en ocasiones a otros lados, por si al girar el rostro en la dirección correcta se encontraban con grandes figuras de la política y de la economía.
El juicio se cerró con la proclamación del chapero Pino Pelosi, de 17 años, como responsable del asesinato. Quedó así como válida la versión más sencilla para la sociedad acomodada del momento. Las pruebas circunstanciales demostraban que Pasolini se llevó (en su Alfa Romeo GT) al joven prostituto Pelosi de la Estación Termini, donde se ofrecía, al Idróscalo de Ostia (un suburbio de chabolas situado al sudoeste de Roma, cercano al mar) para mantener relaciones sexuales. Hasta ahí todo parece probado.
Sin embargo, frente a la versión de Pelosi de que lo mató en defensa propia para evitar el sexo (algo que cuesta creer debido a que se dedicaba a eso y a que Pasolini era un hombre de constitución débil), las pruebas circunstanciales revelan la colaboración de otras personas en el asesinato. Asimismo, la forma en que se cometió el crimen difícilmente puede ser considerada de defensa propia: a los múltiples golpes que se propinaron al poeta con una tabla de madera se suma el hecho de que el asesino o asesinos le pasaran repetidamente por encima con su propio coche al darse a la fuga, lo cual propició la ruptura de la caja torácica de Pasolini, y por tanto, su muerte definitiva.
Pelosi salió de la cárcel en 2005 y corroboró esta versión, señalando nombres además. Sin embargo, la falta de pruebas y de credibilidad por su parte apenas han ayudado a seguir la investigación, cuya reapertura -ahora en proceso- ha sido pedida por numerosos intelectuales italianos. El último de ellos ha sido el exlíder del Partido Demócrata Walter Veltrioni en marzo de 2010, mediante una carta publicada en el diario italiano ‘Corriere della sera’. En ella, señalaba de nuevo el hecho de que, en su día, se descuidaron numerosas pruebas de valor en el crimen. También llama la atención que, en abril de este año, un senador del partido conservador de Berlusconi, Marcello Dell'Utri afirmara tener en su poder un pasaje de la novela inédita sobre la corrupción política y económica del país que estaba escribiendo Pasolini en el momento de su muerte, llamada Petróleo.
El asesinato del cineasta sigue siendo una cuestión muy debatida a día de hoy, como prueban estos hechos. Mucho se ha escrito sobre ello, se ha abordado también en el cine, en filmes como Pasolini, un delito italiano (dirigida en 1995 por Marco Tulio Giordana, responsable de la aclamada La mejor juventud), y sigue siendo objeto de espacios televisivos o hasta de grupos en Facebook.
Independientemente de cuál fuera el móvil de su crimen, Pasolini era una voz incómoda en la Italia de finales de los sesenta y principios de los setenta. Su carácter abiertamente marxista, ateo y provocador, así como el hecho de que llevara de manera abierta su homosexualidad suscitaron recelos y fuertes críticas y condenas públicas por parte de la población italiana más conservadora.
Nacido en Bolonia en 1922, vivió su juventud bajo la represión del fascismo de Mussolini y, tras la Segunda Guerra Mundial, se afilió al Partido Comunista, del que fue expulsado por su orientación sexual. Su obra literaria y sus ensayos, con la reivindicación del pueblo y sus costumbres como objeto principal, le llevaron a mediados de los cincuenta a ser considerado una de las principales figuras del neorrealismo italiano en la literatura. Novelas como Ragazzi di vita o Una vita violenta le hicieron ser aclamado por la crítica y propiciaron sus primeras incursiones en el cine, primero como guionista de reputados filmes como Las noches de Cabiria (dirigido en 1957 por Federico Fellini y ganador del Oscar a la Mejor Película Extranjera) y después como el director y guionista de sus propios trabajos.
Su debut cinematográfico fue Accattone, estrenado en 1961. Con un estilo rupturista, aparentemente improvisado, retrató con precisión el mundo del subproletariado, de la gente del campo emigrada a la ciudad para ser explotada y utilizada por las nuevas formas de consumo. Siguió en la misma línea en 1963 con Mamma Roma, protagonizada por la mítica Anna Magnani en el papel de una prostituta dispuesta a dejarse la piel para que su hijo salga adelante.
En 1964 le llegó el espaldarazo definitivo como director con la creación de El evangelio según San Mateo, dedicada al papa Juan XXIII por haber actualizado la religión católica con el Concilio Vaticano II, y con la que planteó la vida de Jesús de una manera más profunda y austera que el cine de aquellos años.
Dejando de un lado el tecnicolor, los presupuestos abultados, las estrellas de cine y el tratamiento milagrero y superficial del asunto, propone una visión de Jesús como un joven idealista de hace dos mil años capaz de movilizar a la gente humilde y hacerla creer en un mundo mejor, mediante actores no profesionales y el empleo de música clásica de Bach y Mozart. Nominada a tres Oscars, obtuvo gran reconocimiento y premios por parte de la Iglesia, aunque suscitó debate en torno al hecho de que el director se reconociese marxista y ateo.
Su siguiente película, Pajaritos y pajarracos, fue un título más político, abordando la crisis de la izquierda italiana del momento. Mientras tanto, también creaba episodios para películas colectivas como Che cosa sono le nuvole? o documentales como Comizi d’amore, que preguntaba en la calle a los italianos por su forma de entender el amor y la sexualidad.
A continuación vino una etapa en la que alternó la revisión de mitos clásicos con filmes como Edipo rey (1967) y Medea (1970) con propuestas complejas más personales como Pocilga (1969) o la enigmática y sugerente Teorema (1968), en la que plantea cómo sería la llegada de un ángel al seno de una desintegrada familia de la burguesía capitalista, y qué consecuencias tendría para ellos descubrir el amor verdadero, tal y como lo plantea la religión. Esta última película recibió de nuevo el premio de la Iglesia del Festival de Venecia, aunque también estuvo rodeada de polémica por lo controvertido de su argumento y por ofrecer uno de los primeros desnudos integrales de un actor, Terence Stamp, en cine.
Los setenta trajeron el reconocimiento profesional definitivo para Pasolini con la ‘Trilogía de la Vida’. La componen El decamerón (1971), Los cuentos de Canterbury (1972) y Las mil y una noches (1974), tres películas eróticas con las que adaptó estos tres legendarios libros medievales, verdaderos éxitos en taquilla que obtuvieron premios como el Oso de Oro del Festival de Berlín o el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes. Sin embargo, sobre todo las dos primeras, tuvieron problemas con la censura y, debido a su éxito, generaron una gran ola de imitaciones, reconstrucciones históricas cargadas de sexo y vulgaridad con el único objetivo de hacer caja.
Pasolini, molesto por que se le condenase por haber iniciado esa oleada de películas vulgares y por que se malinterpretase su idea de la sexualidad (en la trilogía tan solo se presenta como una parte más de la condición del ser humano, de forma natural y sencilla), convirtiéndola en un objeto más del sistema de consumo de la época, publicó un texto con el que abjuró de los tres filmes. Esto, y el difícil contexto político que atravesaba Italia en aquellos años, con numerosos atentados por parte de la extrema derecha y de la extrema izquierda, le llevaron a afrontar el que sería su último proyecto, Salò o los 120 días de Sodoma (1975).
Adaptación del texto del Marqués de Sade, recrea numerosas situaciones de violaciones físicas y morales, así como de torturas y perversiones con el fin de alertar a la juventud del momento de los peligros del fascismo y del consumismo, así como para concienciar sobre lo negativo de la radicalidad política, recordando los abusos de los seguidores de Mussolini en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial.
Las amenazas de muerte que le habían acompañado desde hacía años aumentaron todavía más durante la producción de la película, incrementados por los incendiarios artículos que Pasolini escribía en prensa contra el gobierno de la derecha de Giulio Andreotti y sus continuas apariciones en los medios. Mientras tanto, escribía una novela, Petróleo (publicada en 1992), con la que pretendía atacar la corrupción de los altos cargos de la política y de la economía italiana.
Poco tiempo antes de ser estrenado su último filme (y censurado en multitud de países), Pasolini apareció asesinado la mañana del 2 de noviembre en el Idróscalo de Ostia. Con él terminaba la vida de un hombre que llevó al límite la libertad de expresión de su época, con propuestas arriesgadas de reconocido valor artístico. El resto de la historia llega, como señalé al principio, hasta nuestros días.
FOTO 1: Pasolini en el rodaje de Salò o los 120 días de Sodoma (1975)
FOTO 2: Conversando con Federico Fellini en la producción de Las noches de Cabiria (1957)
FOTO 3: Dirigiendo a Franco Citti en Accattone (1961)
FOTO 4: De espaldas, detrás de Enrique Irazoqui (Jesús) en el set de El evangelio según San Mateo (1964)
FOTO 5: Un fotograma de Las mil y una noches (1974)
FOTO 6: Pasolini, a principios de los años setenta

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